La gente los utilizaba en aquella época para concretar sus encuentros, como hacemos ahora por ejemplo en el Oso y el Madroño o en Cibeles. Lo habitual era quedar en los dos o tres primeros puestos que el quinto, el más alejado, quedaba a las afueras de la ciudad. Precisamente, en él solían quedar los enamorados para poder darse los besos y caricias que tan mal visto estaba darse en público por aquel entonces.
Fueron por tanto parejas de novios los que, en busca de algo de intimidad, se daban cita en ese punto, alejados de las miradas curiosas. Una costumbre que motivó una expresión muy utilizada varios siglos después, la de ubicar algo que está muy lejos en “el quinto pino”. (fuente: http://eduardojmedrano.blogspot.com.es)
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